El 16 de marzo de 2007 nos sorprendió leer en el diario ADN una columna de Risto Mejide con el título Nos mienten. Nos sorprendió porque parecía que se estaba sintetizando en ese artículo cierta esencia de la novela El hombre que viene mañana que publicamos el año pasado.
De hecho, si leemos algún extracto de la novela:
- ¿No lo ves? Nos engañan. Todo es un juego inventado. Cambian la hora cuando quieren. Celebramos la Navidad, y Jesús ni siquiera nació en diciembre. Antes, los médicos decían que era bueno operar a los niños de amígdalas -y, por eso, tú y yo estamos operados-, y ahora ya no lo es. Nos hacen aprender miles de cosas como si fuesen la Biblia, para después decirnos que están obsoletas. Cambian las leyes de un año para otro, de un país a otro y, a veces, de una ciudad a otra. Cuando hay una guerra, hasta matar personas es legal. Cada religión tiene su dios, y todos afirman que el suyo es el único verdadero. Y, paradójicamente, las leyes de cada dios son distintas. Incluso las iglesias que se reparten un mismo dios, tienen diferentes normas divinas. Desaparecen banderas que han llenado miles de charcos de sangre, y surgen otras que llenarán miles más. Siempre habrá un listo o un loco que invente una religión o una bandera, y siempre habrá mil monos que le sigan sin rechistar.
El hombre que viene mañana, página 405
Podemos apreciar que tienen una gran semejanza de fondo. El planteamiento de la manipulación y el engaño que sufrimos a lo largo de toda nuestra vida está plasmada de diferentes maneras a lo largo de toda la novela. Podemos comprobarlo, por ejemplo, en este otro párrafo:
Mientras Julio y Claudina enumeraban entre risas y burlas, él estaba pensando que el cine, la televisión y la literatura habían creado para nosotros un mundo imaginario, en el que vivíamos. En ese mundo imaginario, los médicos saben lo que te pasa. Los policías encuentran a los culpables con sus técnicas y medios. Los informáticos manejan cualquier sistema o programa con solo sentarse delante de la pantalla. Los profesores saben de lo que explican. Los ingenieros pueden construir cualquier cosa. Los arquitectos calculan el peso y resistencia de un extenso complejo subterráneo con echarle una ojeada. Los químicos pueden obtener cualquier sustancia combinando otras en un laboratorio casero. Los científicos son despistados, pero inmensamente sabios. Los abogados conocen todas las leyes, e intentan ganar los juicios. Los periodistas conocen y narran la realidad. Los mecánicos saben lo que le pasa a tu coche. Los hombres de negocios son expertos en finanzas. Los políticos saben gobernar, pero, o no les dejan, o les vencen los intereses. Los hombres con traje son triunfadores. Los que más hablan son los que más saben. Los que más sonríen son mejores personas. La vida es justa...
Paco pensaba que estábamos tan condicionados, que cuando nos contaban o veíamos el mundo real, nos creíamos que era mentira o que era la excepción. Una excepción molesta, que había que eliminar u obviar para volver corriendo al mundo imaginario de las películas americanas. ¿Por qué la gente no veía la realidad? ¿No se daban cuenta de que vivíamos en un mundo de incompetencia, un mundo construido mentira sobre mentira? ¿Por qué les costaba tanto verlo? Simplemente, tenían que mirar alrededor...El hombre que viene mañana, página 371
¿Habrá influido el ejemplar con el que obsequiamos a ADN el año pasado en la escritura del artículo de Risto Mejide? Esa misma pregunta nos la hicimos tras leer los polémicos comentarios de Sánchez Dragó en el diario 20 Minutos. Parecían extraídos de las bocas de los personajes de la novela que habíamos publicado.
Por una parte, la literatura es un espejo. Refleja consciente o inconscientemente el mundo que nos ha tocado vivir. Sirve para que veamos en él lo que no percibimos directamente. Para que nos miremos con asombro, y que, al igual que el que ve una grabación de sí mismo, podamos decir: «ese no soy yo, esa no es mi voz.»
Pero como todo espejo, también modifica lo que refleja. Sirve para que nos peinemos ese flequillo rebelde, para comprobar que no hemos elegido el color de corbata apropiado, para retocar nuestro maquillaje o colocarnos la falda, o darnos cuenta, avergonzados, que llevamos la bragueta abierta. En definitiva, para ver nuestros defectos y mejorar.
¿Es El hombre que viene mañana un cúmulo de reflejos de polémicas e incómodas verdades? ¿O quizás está ya modificando la realidad, haciendo que otros espejos la enfoquen? ¿Está todo conectado? ¿O será que los contrasentidos de nuestra sociedad acaparan cada vez más miradas?
Todavía es pronto para contestar estas preguntas.
Editorial Drakul